7 de diciembre de 2006

Disfrutalo como yo - Parte I

- “Hoy no va a ser un buen día” – pensó Martín en cuanto los primeros rayos del Sol acariciaron su ventana. Sentado en la cama, reflexionando sobre los que habían sido sus últimos actos, Martín escuchaba el sonido del grifo abierto que llenaba la bañera a punto de desbordarse. Estaba absorto, dentro de una visión tan placentera que lograba sacarle de su angustiosa vida, en tan solo un abrir y un cerrar de ojos, con tan solo pensar en un lugar cálido y cómodo, Martín era capaz de evadirse hasta alcanzar su mas preciado sueño: volver varios meses atrás.

Tres meses antes, en una fría y lluviosa tarde de un miércoles cualquiera y de una ciudad cualquiera, Martín seguía en la oficina recuperando trabajo pendiente, como de costumbre, y todavía conservaba a su familia. Hacía este trabajo de horas extras habitualmente, pues el imprevisible despido de su mujer había sumido a la familia en un profundo agujero del que a duras penas lograban salir.
Ángela, la esposa de Martín, trabajaba como dependienta en una tienda de ropa de lujo. El hecho de que a veces la dejaran al mando de todo, le concedieran pequeñas ventajas de vez en cuando e incluso la vendieran ropa notablemente rebajada, la había llenado de ilusión y esperanza por una vida mejor. Ángela siempre había sido una estudiante aplicada, jamás había tenido ningún problema para con sus estudios; sin embargo la llegada de Martín Relaño a su vida fue el punto trágico que el destino guardaba para ella. Tras conocerse a fondo y comenzar una apasionada relación Ángela fue capaz de dejarlo todo solo por seguir a Martín hasta el infinito si él hubiera querido. Se trasladaron a una gran ciudad donde Martín, mas viejo que Ángela, encontró trabajo fácilmente en una empresa mas o menos importante. Por el contrario Ángela, al no querer comenzar unos estudios superiores y contar solo con los secundarios, anduvo siempre de aquí para allá, de una mal trabajo a otro trabajo malo, hasta que consiguió, unos tres años atrás, el trabajo de dependienta.
El matrimonio formado por Ángela y Martín no estaba en su mejor momento y en numerosas ocasiones había hecho aguas por todos lados, aunque con tesón y la fuerza del cariño, habían conseguido remontar el vuelo, y fingir un amor inexistente. Contaban con una hija de 16 años, Alba. Había sido una niña preciosa desde el momento en que abrió los ojos; rubia, con la piel de seda y los ojos del color del mar en invierno, según palabras de Martín, siempre había sido la niña de los ojos de su padre y de todo el mundo en general.

Alba contaba con tan solo 4 años cuando Martín y Ángela decidieron establecerse lejos de la ciudad a la que mas tarde volverían. Se trasladaron con toda una vida a cuestas a una pequeña villa situada cerca del Atlántico, donde nada ni nadie les pudiera molestar. En este marco tan irrespetuoso con el hombre, la familia consiguió la anhelada paz que tanto añoraban en su antigua casa. Aunque los cambios fueron drásticos, Martín consiguió encontrar trabajo como ayudante en una granja industrial, Ángela por su parte no tuvo otro remedio que dedicarse por completo a cuidar de la casa y de su hija Alba, quien recibía clases particulares para su formación en casa por estar el colegio mas cercano a varios kilómetros de donde vivían. Todo iba bien. Martín, aunque cansado y dolorido, tenía a todas horas una sonrisa en los labios y siempre tenía la frase adecuada para arrancar de las bocas de sus dos mujeres sendas sonrisas de felicidad, pues eran muy felices.
Pasado casi un año de su estancia en esas lejanas tierras, Martín y Ángela decidieron hacer frente a la vida y concebir otro hijo. Martín siempre adulaba a su esposa cada mañana al despertar pero ese día no le dijo nada. Simplemente recogió sus cosas para el trabajo, tomó un rápido café y sin mas partió, para volver tan tarde como para que nadie lo viera portar un inmenso ramo de claveles blancos para su esposa. Al entrar en la casa, Ángela ligeramente incomodada por el comportamiento de su esposo esta mañana, cubrió de besos al magullado Martín y metió cuidadosamente los claveles en un gran jarrón. Mas tarde, sin ropa, sin secretos y con tan solo dos cuerpos desnudos como escudo y el amor como arma de fuego, Martín y Ángela se entregaron a la pasión. Martín disfruto de su mujer como nunca lo había hecho, aquella noche parecía como si todo lo que había soñado cobrase forma y se introdujera sigilosamente en el cuerpo de Ángela. Su aterciopelada piel parecía contener semillas tan pequeñas que se colaban entre los dedos produciendo una sensación de cosquilleo por toda la piel y su maravillosa melena rubia, desapareció por un momento para tornar en forma de manto de flores, que cubriendo a los dos mantuvo todo el calor que aquella noche esa cama desprendió. A la mañana siguiente volvieron los piropos a la luz del amanecer, Ángela ya estaba embarazada.


Pero pronto las cosas comenzaron a cambiar. A la pesada rutina que todos debían soportar se les unía la mala época que el ganado estaba sufriendo en toda la provincia, esto naturalmente afectaba a Martín y a su trabajo. Ángela no podía soportar mas el agobio que le producía estar encerrada en esas cuatro paredes, siempre rodeada de la misma gente, siempre contemplando los mismos paisajes, siempre escuchando las mismas lecciones que el profesor profería a Alba, y por su parte la niña estaba deseosa de libertad, necesitaba hacer amigos, conversar con otros niños, jugar, correr y sobretodo reír. A todos estos problemas que la familia de Martín Relaño debía soportar se le añadió un trágico accidente que provocó el retorno a sus antiguas vidas.

Era una mañana del mes de Abril, como de costumbre el cielo pintaba gris y lloviznaba ligeramente. Ángela cumplía con sus deberes de ama de casa mientras Alba recibía su lección diaria. Ángela, no muy consciente aún del niño que llevaba dentro, realizaba las tareas sin el menor cuidado por el pequeño feto; limpiaba el baño cuando el profesor anunció que se marchaba y Alba le dijo que salía fuera a jugar con Limbo, el perro de los Relaño. Ángela después de limpiar espejo y lavabo, se dispuso a abordar la inmensa bañera que coronaba el baño. Dejó en su interior los productos de limpieza que estaba utilizando y empapó bien de agua un paño para realizar una primera mano limpiadora, pero en el instante en que Ángela se disponía a abrir el grifo, no se acercó lo suficiente y la distancia resultó ser mortal. Ángela estaba haciendo un gran esfuerzo por llegar a mover el mando del grifo y debido a tanta inclinación, su cuerpo no pudo soportar el peso del mismo y cayó dentro de la bañera vacía quedando inconsciente.
Cuando Ángela despertó pasados unos minutos se encontró sola, abandonada, sin poder pedir ayuda a nadie. Mientras su madre se desvivía por salir de aquella dolorosa situación, Alba se divertía fuera con Limbo. Ángela por su parte recobrando el sentido se encontró dolorida, le dolía el estómago y la tripa y cuando inclinó su cabeza pudo ver su abdomen cubierto de sangre. No podía moverse, Ángela era presa del pánico, le temblaban las piernas y no se atrevía a mover ni un solo músculo por temor a lastimar al bebé. Siguió allí, en la bañera vacía, inmóvil, gritando a su hija, pidiendo ayuda en agrios alaridos que recorrían la casa empapando el ambiente de dolor y soledad. Pasada una hora, Martín llegó a casa para comer, se encontró en la entrada a Alba y la alzó cariñosamente hasta sus brazos y después de besarla y abrazarla le preguntó con impaciencia donde estaba su madre, la niña, inocente respondió: - “dentro supongo” -. Martín se dirigió dentro de la casa y llamó a su esposa. Ángela, afónica, escuchó con desesperación a su marido y una vez más gritó, casi sin voz, sacando fuerzas de donde no las había, pidiendo socorro.
Martín subió, corrió y casi voló, por las escaleras hasta el piso superior y encontró a su mujer tirada dentro de la bañera. Desolada Ángela clamó porque la sacaran de allí. Martín raudo sacó a su mujer de la bañera procurando no tocarle la tripa, pues Ángela estaba empapada en su propia sangre, había perdido mucha. Martín desnudó a su mujer y la cubrió con mantas, acto seguido la tumbo en la cama y corrió varios cientos de metros hasta la casa de su patrón, que rápidamente hizo subir a Martín al camión que poseía. Llegaron a casa de Martín y encontraron a Ángela inconsciente tendida en la cama, seguía sangrando. La bajaron hasta el camión aparcado en la entrada; donde Alba observaba la escena atónita, preguntando y gritando a su padre que le pasaba a su madre. Martín le pidió a gritos que no se moviera de allí. El camión recorrió rápidamente el camino que llevaba hasta el pueblo mas próximo.
En el centro médico del pueblo reconocieron a Ángela y la dejaron descansar unas horas. No hacía falta llevarla al hospital pues el diagnóstico estaba claro, Ángela había perdido el bebé.

Tras el duro golpe, Ángela ya en casa, trataba de asimilar la nueva situación. Querían ese bebé, deseaban tener otro hijo, creían que así la unión sería definitiva y el amor inacabable. Pronto las cosas empezaron a ir mal. Alba mostraba claros signos de que algo iba mal. El profesor particular ya había advertido a los Relaño de la falta de atención de su hija en las habituales clases; de hecho el mismo profesor había intentado ayudarla, dejando a un lado su profesión, había intentado hablar con ella, había insistido en que la niña le hablara de sus problemas, de sus cosas, mas sin éxito, pues Alba siempre argumentaba que solo estaba cansada. Por otro lado, Ángela tras el shock recientemente sufrido, no era la misma.

La jovial sonrisa que siempre imperaba en sus labios, había desaparecido, parecía que ya nada le hacía feliz. Mantenía todo desordenado, no hacía ningún caso a su hija, no hacía mas que repetir que había matado a su propio hijo. Además de todo esto hacía meses que Martín no cobraba pues el mercado ganadero estaba literalmente estancado.
Los intentos de Martín por sacar a su esposa e hija de aquella deprimente situación eran cada vez mas ineficaces. Cada vez se sentía mas culpable por haber arrastrado a su familia hasta aquel recóndito lugar apartado del mundo, aunque no obtenía respuesta de su mujer ante la posibilidad de volver a la ciudad, sabía que deseaba ansiosamente volver. Ante esta situación Martín Relaño tenía que actuar.Con un gran esfuerzo Martín compaginó su trabajo en la granja, trabajando tres noches a la semana como transportista de una pequeña empresa lechera cercana a su propiedad. Con este sobresueldo, Martín pudo conseguir el suficiente dinero para conseguir tres billetes de tren. Pero solo eso no era suficiente, necesitaba mas dinero para poder establecerse con una pequeña seguridad de nuevo en la ciudad, en la civilización. Pidió ayuda a su jefe, quizás el único amigo que hizo en los meses que permanecieron cerca de la costa. Suplicó por un poco de dinero prometiendo devolverlo algún día. El jefe de Martín era una persona humilde y bondadosa, pero no era rico, por lo tanto solo pudo dejar el dinero a Martín a cambio de mas trabajo, mucho mas trabajo. Martín apenas pasaba cuatro horas al día en su casa y, lógicamente, las pasaba durmiendo.

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