20 de abril de 2007

El enigma egipcio de Napoleón

El 1º de Julio de 1798 Napoleón Bonaparte, a la edad de 28 años, llega al puerto de Alejandría a bordo de su buque insignia L'Orient, una nave de 120 cañones, que comandaba una flota de más de 400 naves, 50.000 soldados, 1.000 piezas de artillería y 700 caballos. Esta potente armada es cercenada por la flota al mando del almirante británico Horacio Nelson. Dejando aislado, sin avituallamiento y a su suerte al potente ejército de Napoleón en Egipto, durante casi tres años.
Sin embargo hay actuaciones de Napoleón durante este periodo que, según muchos autores, no obedecieron a una motivación estratégica o simplemente militar. De hecho, esa numerosa y potente fuerza militar venía acompañada de cerca de 1.000 civiles, entre los cuales, además de administradores, economistas, y esposas, llegaron un total de 167 personas versadas en las más variadas ciencias: botánicos, zoólogos, geólogos, escultores, pintores, poetas, lingüistas, químicos, matemáticos, astrónomos, arquitectos, dibujantes, geógrafos... Estaban personalmente escogidos por Napoleón para extraer de debajo de las arenas del desierto toda la sabiduría de aquella antigua civilización. Como es el caso de la Esfinge, que a finales del siglo XVIII estaba enterrada en la arena hasta el cuello, quedando todo el resto del cuerpo oculto. Por no hablar de la Piedra Rosetta, otro descubrimiento de este grupo de sabios de Napoleón, grabada hacia 196 AC., encontrada en 1799, y escrita en tres lenguas: jeroglífico, demótico y griego.
No hay tampoco acuerdo entre los historiadores y biógrafos del corso a la hora justificar algunas de las actuaciones del general. Durante su estancia en Palestina, Napoleón se dirige a Nazareth, donde pasa un noche. En este lugar, que según las escrituras cristianas, es la localidad donde nace Jesús, se reúne con los aldeanos... ¿buscando qué?. Al parecer, sus relaciones previas al viaje a Egipto, permiten especular sobre si estaba buscando la fórmula de la inmortalidad, relatada tantas veces en las sagradas escrituras egipcias, con la curiosa coincidencia entre la resurrección de Osiris y la de Jesús. Algunas escrituras cristianas apócrifas, atribuidas a Marcos, aventuran que Jesús aprendió en su estancia en Egipto ciertos ritos de resurrección.

Sí parece haber, sin embargo, muchas coincidencias entre diversos autores al buscar explicaciones sobre el motivo por el cual Napoleón se siente tan atraído por las pirámides. El general dirige muchos de sus esfuerzos en penetrar en Keops y encontrar todas sus galerías y cámaras, como de hecho describen con todo lujo de detalles sus sabios.
Un hecho histórico poco conocido es sin duda el relativo a la noche que pasó Napoleón en solitario en el interior de la llamada "Cámara del Rey" de la pirámide de Keops. ¿Qué ocurrió la noche del 12 de agosto de 1799, por cierto, sólo a 3 días de cumplir 30 años?
Cuentan los cronistas que a la mañana siguiente el general salió de las entrañas de la pirámide de Khufu demacrado y mudo. No queriendo contar nada de lo sucedido allí dentro. Nadie, ni su fiel Kebler, ni ningún otro general, supo jamás qué ocurrió aquella noche, pues Napoleón no quiso que le tomaran por loco. Porque cuando amaneció el día 13 de agosto de 1799, en Egipto, Napoleón Bonaparte salió, con el rostro descompuesto, del lugar donde había pasado la noche: la Gran Pirámide de Giza. Interrogado por el oscuro motivo de su desasosiego y por los fríos sudores que empapaban su camisa, el general francés sólo atinó a susurrar una frase: «Aunque os lo contara, no lo creeríais».
Napoleón llevaba casi un año combatiendo en tierras palestinas, sin embargo, y pese a sus amargos triunfos sobre los otomanos que dominaban hasta entonces el país de los faraones, decidió distraerse de sus ocupaciones con un pasatiempo singular: pasar una noche entera en el corazón de la Gran Pirámide, a las afueras de El Cairo. Aparentemente, no había razón alguna para semejante extravagancia. Adentrarse en el desierto, con una pequeña escolta, para pernoctar en un monumento inseguro, era un riesgo innecesario. Sin embargo, Napoleón insistió.Cayo Julio César y Alejandro Magno lo habían hecho antes que él, y aquellas moles geométricas parecían haberle hipnotizado de veras. “Desde lo alto de las pirámides –dicen que arengó a sus tropas un año antes, en su primera gran batalla junto al Nilo-, cuarenta siglos os contemplan”. Napoleón, naturalmente, cumplió su capricho. Sin embargo, al emerger del vientre de aquel monumento milenario, pálido y con gesto ido, evitó responder qué fue lo que le sucedió allá dentro. Y, de hecho, jamás lo contó. Ni siquiera a Emmanuel Les Cases, en su postrer exilio de Santa Elena, cuando hizo memoria de lo que había sido su trepidante vida.

Guiado por los Textos de las Pirámides, las inscripciones religiosas más antiguas de la Historia grabadas sobre monumentos de la V Dinastía, las pirámides eran una suerte de “máquinas para la resurrección” de los faraones. Para conseguir tamaño prodigio –dicen esos antiguos salmos religiosos- se seguían tres fases: la primera, el despertar del difunto en la pirámide; la segunda, su ascensión al más allá, atravesando los cielos, y la tercera, su ingreso en la cofradía de los dioses.
¿Buscaron, pues, César, Alejandro y por último Napoleón esa peculiar iniciación faraónica? ¿No es acaso mucha casualidad que al propio Jesús de Nazaret se le atribuyera esa misma cualidad y que Napoleón visitara su aldea meses antes de entrar en la pirámide?

Víctor

Y recuerda: Todo esto es mentira...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Weno,un posible final alternativo para tu relato,xo vamos,q sigue teniendo final abierto,y mira q me jode!!!
Mira a ver si haces la segunda parte y asi me quitas algo de intriga.
Un saludo
El Berto